Pu-239: Un futuro alternativo

Juan García Martínez
2 min readSep 28, 2020

Hoy, 26 de septiembre del año 1984, de nuevo encuentro mis pensamientos dirigiéndose hacia el futuro que debió haber sido y no pudo ser.

Mi nombre es Preston Veltman, y vivo en Denver, Colorado. Concretamente, en el complejo militar de Cheyenne Mountain, aunque su función es ahora la de refugio nuclear. Estaba de viaje de negocios en Denver, casualmente cerca del complejo cuando ocurrió. Mi familia no tuvo tanta suerte, y corrió el mismo destino que tantas otras de Washington.

Hoy hace exactamente un año que comenzó el proceso de destrucción nuclear mutua de los Estados Unidos contra la Unión Soviética. En el punto álgido de las tensiones de la Guerra Fría, el radar de alerta precoz de misiles de Moscú detectó cinco misiles nucleares que solo eran una falsa alarma. Los oficiales de guardia siguieron las órdenes superiores de comenzar la represalia inmediata. En otro futuro quizá un oficial más sensato habría decidido lo contrario, pero nosotros no tuvimos tanta suerte.

Resulta irónico que yo haya sido uno de los supervivientes, pues fui uno de los que indirectamente provocaron este desenlace. De eso hace ya 42 años, cuando el gobierno me reclutó como ingeniero químico para el Proyecto Manhattan. Trabajé como principal desarrollador de la tecnología de purificación de plutonio de alto grado para producción de armas nucleares.

Durante los años siguientes tuve una existencia feliz, dedicándome a ayudar a jóvenes ingenieros a desarrollar patentes, pues siempre creí que la tecnología era la clave para mejorar el mundo. Lo sigo pensando, pues las numerosas tecnologías médicas que ayudé a desarrollar ayudaron a varios miles de personas. Desgraciadamente la humanidad tuvo que aprender por las malas que, sin una voluntad política que trabaje mano a mano con la comunidad científica, las consecuencias son nefastas.

Hambruna, caos político, cierre de fronteras. La cantidad de gente que murió de los impactos directos no tiene comparación a los cientos de millones que murieron de hambre cuando el cielo se tiñó de gris, bloqueando el sol. El mundo no se había preparado para esto, y el resultado fue el que los más alarmistas esperaban.

Todos los días me viene a la mente el momento en que, tras presenciar la primera explosión, mi viejo compañero Robert Oppenheimer citó a Vishnú: “Ahora me he convertido en la Muerte, destructor de mundos”. Nunca imaginé que me lo tendría que tomar tan literalmente.

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